miércoles, 11 de febrero de 2009

Un mundo sin delincuencia

Donde sea que vivamos, parece que cada día se cometen delitos. Es lógico, pues, que nos preguntemos: ¿Son efectivos los métodos disuasivos aplicados por las autoridades, como sanciones más severas, penas privativas de libertad, etc.? ¿Reforman las cárceles a los malhechores? Y más importante aún, ¿está la sociedad atacando la raíz del problema?

Refiriéndose a las medidas que se adoptan con el fin de contener la delincuencia, el autor arriba citado escribió: “Tras su una mala experiencia tal vez sea más astuto y más cauto, pero no deja de aprovecharse de otros ni de cometer fechorías. Los índices de reincidencia solo reflejan el número de los que no han sido lo bastante cuidadosos para evitar que los capturen”. En efecto, las cárceles suelen convertirse en “escuelas de etiqueta” donde, sin proponérselo, se ayuda al delincuente a refinar su comportamiento antisocial.

Por otra parte, la impunidad de los delitos envía a los delincuentes un mensaje, que el crimen sí paga; esto los incentiva a proseguir sus actividades con más osadía.

Es el delito la única opción que tienen algunas personas para sobrevivir? “Al principio veía el delito casi como una reacción normal, por no decir justificable, a la miseria absoluta, la inestabilidad y la desesperación en la que estaban sumidos los delincuentes”, confiesa Samenow. “Los delincuentes son lo que son por elección propia. El delito es ‘causado’ por la forma de pensar del sujeto y no por el ambiente que lo rodea.” Y añade: “La conducta es principalmente el resultado del pensamiento. Todo acto va precedido, acompañado y seguido del pensamiento”. Su conclusión fue que, más que víctimas, los delincuentes “son victimarios que han elegido libremente su modo de vivir”

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